A propósito de una biografía del
cardenal Lustiger

El cardenal profeta

Lustiger no está de acuerdo con una cierta espiritualidad de
“enfouissement”, llevada a cabo en Francia durante los años posteriores a la II
guerra mundial. ¿Cómo traducir esta palabrita? “Metida en la tierra”, escondida
silenciosamente en el mundo, sin hacer ruido, pero trabajando desde la
humildad… Con el peligro, sin darse cuenta, de contagio de ese “mundo” que se
pretende evangelizar. Nada de trato con la política: no sea que digan que
estamos atados a ella. Como Juan Pablo II, Jean-Marie Lustiger, carácter fuerte
y decidido, da un puñetazo en la mesa (simbólico, claro) y dice que hay que
salir a gritar el Evangelio por los tejados.
Durante su primera visita a Francia en junio 1980, Juan Pablo II lanzó un
fuerte desafío: “Francia, hija primogénita de la Iglesia, ¿qué has hecho de tu
bautismo? ¿Qué ha hecho de la herencia de tus mártires?” Palabras que
continuarán resonando fuerte en la conciencia católica francesa. Juan María
Lustigier está entonces estrenando obispado en Orleáns. Su predecesor había
sido progresista y polémico con tomas de posición más que discutibles.
Lustigier es claro en una conferencia de prensa: “La Iglesia es ahora
minoritaria en el mundo. No tiene la pretensión de conquistarlo. Pero tampoco
está dispuesta a dejarse invadir por él”.
Por lo tanto fidelidad a su dogma y su moral, y por lo tanto
espiritualidad fuerte, santidad; pero al mismo tiempo quiere estar presente sin
complejos en este mundo para dar su parecer ante la actualidad.
Un arzobispo de primera línea
En París sus prioridades van a ser: la parroquia bien enraizada en su
barrio, una liturgia viva y bella, una catequesis fiel y cercana; una formación
seria de los seglares, una confrontación respetuosa con el ateismo, los
marginados, la comunicación, la cultura, el arte… La Iglesia tiene que ser visible,
dejarse oír en los “medios”, estar presente en los debates… Se duele de que una
diócesis como París no tenga su propio seminario y tenga que enviar sus pocos
candidatos fuera. A pesar de oposiciones y reticencias, abrirá su propio
seminario, caracterizado por una espiritualidad profunda, pero a la vez cercanía
al mundo de la gran ciudad a donde van a ser enviados. Quiere sacerdotes sabios
y santos, presentes en el mundo, dialogantes, pero sin ser del mundo y de sus
modas. Aumentarán las vocaciones.

Una huella que dura
En 2005, está enfermo, el Papa acepta su dimisión y nombra como sucesor
a André Vingt-Trois, su más fiel colaborador, que los obispos franceses la
elegirán presidente de la Conferencia episcopal. Cosa que nunca hicieron con
Lustiger. Todo un síntoma del cambio de mentalidad que ha conseguido contagiar.
Santidad y presencia.
El 5 de agosto de 2007 muere Arón Jean-Marie Lustigier. Hijo de las dos
Alianzas, pidió un doble funeral, judío y católico. Así se hizo. El adiós judío
delante de la catedral de Notre Dame y luego dentro la eucaristía. Una
personalidad singular, hombre de fe, apasionado de evangelización, su vida y
sobre todo sus 24 años de arzobispo han dejado huella en París y en Francia. Un
retrato donde mirarse para este Año de la fe.
José
María Salaverri sm, 14
de enero de 2013