martes, 8 de mayo de 2012

INICIACIÓN A LA EUCARISTÍA PARA NIÑOS (anterior a la Primera Comunión)

1. ¿De qué se trata?
De algo previo a la primera Comunión:
La conciencia de la importancia de la eucaristía en la vida espiritual debe cultivarse desde lo antes posible, antes de la preparación de la Primera Comunión. Hay que crear amor y deseo.
¿Por qué?
  • La importancia de la eucaristía para nosotros, católicos. “La Iglesia hace la eucaristía, pero la eucaristía hace la Iglesia”. La gran fuerza de la Iglesia católica viene de la Eucaristía. No nos damos bastante cuenta de eso.
  • Es algo esencial en la vida cristiana, sin eucaristía los cristianos padecemos anemia en la vida espiritual.
  • Por eso hay que empezar pronto con los niños, para que el encuentro con Jesús sea amado y deseado. Y así cuando les toque hacer la preparación directa a la primera Comunión lo tomarán con más entusiasmo.
  • Además hay que tener en cuenta que no siempre los encuentros ‘personales’ con el Señor coinciden con los oficiales.

2. Puntos que tenemos que tener claros los padres y educadores
Lo que creemos: es muy importante estar convencidos de estas verdades. Y vivirlas.
  • La Eucaristía contiene todo el bien espiritual de la Iglesia = "Cristo mismo”, el sacramento.
  • “…contiene verdadera, real y substancialmente el Cuerpo y la sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y por consiguiente cristo 
  •  La misa: “hace presente el sacrificio de la cruz  y aplicas su fruto”.
Todo esto es un “misterio” que nos sobrepasa.
  • Lo que entendemos los cristianos por ‘misterio’. No es algo de lo que no se sabe nada. Es una luz sobre una verdad de la que poco o nada sabíamos y Jesús nos lo ha revelado: por ej. La Sma. Trinidad, la presencia real de Jesús en la eucaristía... No son racionales (no se pueden ‘demostrar’), pero sí razonables, es decir, algo que tiene su lógica, que es hermoso y nos parece formidable aunque no sepamos del todo cómo es.
  • Pero transmitir todo esto no es siempre fácil.

3. Cómo ir “entregando” esto a los hijos…
No olvidar que la transmisión no es automática.
  • Abrir ventanas (no podemos meter el sol, pero podemos abrir ventanas para que su luz y calor entren); preparar caminos como Juan Bautista.
  • No por ‘indoctrinación’, sino por ‘contagio’: ver a sus padres. “…yo apoyo y fomento cuanto puedo estas cosas. Para algunas no necesito explicación racional alguna, porque yo vi a mis padres ante el Santísimo. Y rezar el rosario, y sé lo que es ir a una novena… Sin eso tendría ojos de antropólogo, fríos, y pretendería siempre que me ‘expliquen el sentido’ de manera racional y con conceptos. Fatal.” (MGS)
Algunas pistas (más o menos en el orden en que pueden ser comprendidas de los 2 a los 6 años; depende bastante del ambiente en que viven los niños).
  • “La casa de Jesús”,  que ‘vean’ que nuestras iglesias están ‘habitadas’. El Sagrario y su lucecita que indican una presencia… Y nuestra ‘reverencia’, nuestra delicadeza, nuestro silencio al entrar o estar en la ‘casa de Jesús’. Explicarles en voz bajita…
  • “Jesús escondido”, como lo llamaban los niños de Fátima. Escondido bajo la apariencia de pan.
  • Como la eucaristía es un misterio de amor, sólo se puede comprender desde el amor. Después de hacerse hombre y subir al cielo, quiso quedarse de algún modo con nosotros, para ser nuestro amigo… Y allí está en la forma consagrada. Y la lucecita es para que lo sepamos. Le gusta que le visitemos…
  • Y esto lo inventó justo el día antes de morir. En la última cena con los apóstoles. El relato del evangelio.
  • “Haced esto en memoria mía”. Así les dijo a los apóstoles y a los que ellos fueran escogiendo: los sacerdotes. La figura del sacerdote. Antes de comprender su función que vayan viendo que es alguien especial (lo antes posible, verlo revestido)…
  •  El sacerdote es el que hace bajar a Jesús  al pan ‘consagrado’… San Pío X, a principios del s. XX insistió en que los niños comulguen pronto. “Cuando sepan distinguir el pan eucarístico del pan ordinario”. Un modo de que lo vayan comprendiendo es que acompañen a sus padres a comulgar y reciben una bendición… Se va creando el deseo de unirse con Jesús escondido.
Todo esto va facilitando la preparación específica a la primera comunión. Ha creado el ambiente propicio. Nada quiero decir sobre ella, sino una sola cosa que se olvida: la primera comunión significa que un bautizado ha llegado ya a la ‘mayoría de edad’ cristiana. No es pues una fiesta ‘infantil’…

4. ¿A misa con los niños pequeños?
Un tema difícil: llevar a los niños pequeños a misa o no. Obligación no tienen, pero ¿será bueno iniciarles pronto? ¿No ‘estorban’ allí?
  • Antes que nada: Hacer del domingo un “día especial”, un día más alegre porque es el día de Jesús. Un día con algo’especial’…
  • Los papás van a la Iglesia, a la casa de Jesús. ¿A qué? A tener un encuentro con Él…
  • Sería bueno que antes de llevarlos haberles ‘familiarizado’ un poco con la ‘casa de Jesús’. Yendo con ellos a una iglesia vacía: la lucecita, el silencio, Jesús está allí…
Si se les lleva:
  • Que no estén si ver nada más que las espaldas de otras personas. Mejor delante. Que no vayan con juguetes.
  • No temer hablarles, enseñar algunos gestos…  Les gusta el canto…
  • Llevarles a comulgar con nosotros. La señal de la cruz en la frente… Cuando seas mayor…
  • Ir enseñándoles quién es el que está ‘escondido’: la vida de Jesús según los evangelios.
La misa de niños:
  • Papel de iniciación, pero no tiene que ser demasiado distinta de la de mayores.
  • La misa tiene una estructura fija y sencilla. Hay partes que no van a entender… más que viendo la actitud de los mayores.
  • Por eso que en esa misa las personas mayores tengan su papel.
  • Que se lea el Evangelio y se explique a nivel de primera comunión.
  • Que aprendan las respuestas de la misa normal, para que la incorporación posterior sea fácil.

martes, 1 de mayo de 2012

LAS "ELEVACIONES" DE LA MISA

Unas sencillas reflexiones para comprender mejor algunos aspectos de la misa y así participar de corazón en ella.

A través de la celebración de la Eucaristía, el sacerdote eleva en varias ocasiones el pan y el vino, antes y después de la consagración. Aunque no soy ningún especialista en liturgia, me gusta intentar captar el sentido, no sólo de las palabras, sino de esos pequeños gestos. Para vivirlos. Hoy se me ocurre compartir mis reflexiones sobre ese gesto - “elevar” - repetido cinco veces. Estoy convencido que cada una de esas “elevaciones” que el sacerdote realiza durante la misa tienen un sentido y un matiz propio; no es un simple “mostrar”. Toca al celebrante expresarlos de la mejor manera posible; y a todos vivirlos. Todas esas elevaciones tienen, como base, un evidente acto de fe en la entrega que el Señor nos hace de su cuerpo y sangre para nuestra salvación. Pero en cada caso hay un plus añadido.

Ofertorio
El celebrante, en nombre de todos, presenta al Señor el pan y el vino. Una elevación humilde, expresión de nuestra pobreza. Pues ofrecemos dos cosas muy corrientes, sin gran valor ‘comercial’, por decirlo así. Y para colmo añadimos que eso poco, incluso nos ha sido regalado, que lo “hemos recibido de tu generosidad”. Es cierto que junto con ese pan y vino nos ofrecemos a nosotros mismos, pero esa misma vida nuestra también nos ha sido regalada. Por lo tanto esto pide un gesto de elevación humilde, con cariño, pero muy consciente de la pequeñez de lo que ofrecemos. Sin presumir, sin alardes. ¡No es el caso de levantar patena y cáliz a las nubes!

Después de la consagración
Esta elevación se introdujo en la Edad Media por culpa de Berengario de Tours que, allá por el año 1047, dijo que no había cuerpo y sangre de Cristo en el pan y vino consagrados. Que eran solamente símbolos. En realidad no tuvo entonces muchos partidarios, pero organizó mucha polémica. Y se instituyó lo que hoy llamamos la “elevación” por antonomasia. Por eso esta elevación es fundamentalmente contemplativa. El sacerdote que eleva lo hace pausadamente, con un momento de silencio, solicitando la fe amorosa de los fieles. Como diciendo: “Mirad: esto parece pan, parece vino, pero es de verdad cuerpo y sangre del Señor”. “¡Este es el sacramento de nuestra fe!”. Se “eleva” para que la asamblea contemple y exprese su fe en la presencia real.

Al final del canon
Está al finalizar la plegaria eucarística y era tradicionalmente la única elevación en ella. El celebrante eleva el Pan y el Vino, el cuerpo y la sangre de Cristo proclamando -y mejor aún cantando- una doxología espléndida:
“Por Cristo, con Él y en Él, A ti Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos.”
Esta elevación tenía y tiene un sentido de gozo triunfal. Como si al elevar el sacerdote nos dijera: “Alegraos. Fijaos lo que ofrecimos. Fijaos ahora lo que recibimos. Aquí está. Cristo Cumple su promesa de estar con nosotros hasta la consumación de los siglos”. A esta presentación vibrante, propia del sacerdote, los fieles responden con un ¡Amén! no menos vibrante. Un Padre de la Iglesia, creo que san Jerónimo, decía que en su tiempo ese ‘Amén’ resonaba como un trueno en  el templo. Aquel poco de pan y vino, humildemente ofrecido poco antes, ha quedado transfigurado por el poder de Dios: ya es cuerpo y sangre de Cristo. Hay gozo, triunfo, gracias… en nuestro entusiasta ¡AMEN!

“Este es el cordero de Dios…”
Dos pequeñas elevaciones nos ayudan a alimentarnos con fe y amor del cuerpo de Cristo. Una general y otra personal. El sacerdote toma el pan consagrado y lo sostiene un poco elevado sobre el cáliz. Mientras lo miramos, nos invita a preparar nuestro corazón en la conciencia de que nuestra pequeñez necesita curación y ayuda. Y para ello la Iglesia pone en nuestros labios las palabras del centurión romano que tanto alabó Jesús:
“Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme”.

El cuerpo de Cristo
La siguiente pequeña elevación es personal. Antes de darme la comunión el sacerdote eleva ante mí la forma consagrada para que mis ojos la fijen mientras me dice un admirativo “¡El cuerpo de Cristo!”. ¡Nada menos! Es una elevación que quiere sacudir mi posible rutina y que me invita a darme cuenta de la maravilla que recibo. Mi ¡Amén! es como una síntesis de mi fe, de mi amor y de mi agradecimiento.
Esta pequeña elevación corre el peligro de ‘desaparecer’. Sobre todo si hay mucha gente y el sacerdote, sin darse cuenta, va deprisa y se olvida. Pero ¡qué importante es esa brevísima mirada de fe y amor antes de que la forma consagrada llegue a mi! Prepara el diálogo íntimo amoroso que, en el silencio del corazón, entablo con mi Señor. Culmina así nuestra participación en el sacramento con la fuerza necesaria para hacer efectiva el envío final a evangelizar en nuestra vida ordinaria. Porque sólo la Eucaristía vivida nos da la fuerza necesaria para implicarnos en la nueva evangelización a la que se nos convoca.  
                                                                     
José María Salaverri sm (28 de abril de 2012)