
No ha temido “los aullidos de los lobos” que no han faltado; ya pidió oraciones a todos nosotros al iniciar su pontificado para no sucumbir a ellos.
Una preocupación
Como buen observador
de la realidad se daba cuenta de la erosión que iba sufriendo la figura de
Jesús, Hijo de Dios, Dios y hombre verdadero. Ya en 2001, en el libro
entrevista con Peter Seewald (“Dios y el mundo. Creer y vivir en nuestra
época”) expresaba su inquietud ante el uso
del método histórico-crítico “necesario, pero insuficiente”:
“Ahora se escarba en las fuentes sin cesar. Se intenta desmenuzarlas
todavía más. Al final quedarán reducidas a añicos, y de repente uno se
preguntará cómo pudieron surgir siquiera tales acontecimientos de una figura
tan mísera”.
Por eso se comprende
su deseo de escribir un libro sobre Jesús cuando se jubilara. No lo jubilaron,
sino que le echaron encima la responsabilidad de todas las Iglesias. Es muy
posible que, desde este puesto, se dio aún más cuenta de la necesidad de
escribirlo. Ha consagrado a él toda la sabiduría acumulada en su vida… y todos
los pocos momentos libres que le deja su ministerio. No ha querido firmarlo
como Papa, sino como el teólogo Joseph Ratzinger. Pero su condición de Sumo
Pontífice le ha debido crear al escribirlo un clima de mayor responsabilidad, y
a nosotros un plus de credibilidad. La gran suerte de que sea hoy Papa hace que
ese magisterio personal le ha ayudado a “confirmar en la fe a sus hermanos”. Sí,
es el mayor regalo que nos ha hecho en su pontificado.
¿El mayor regalo? Pero ¿por qué?

La tercera entrega de
este “Jesús de Nazaret”, que el Papa presenta “como antesala” a los dos
volúmenes precedentes, es sin embargo fundamental. Los relatos de la infancia
eran considerados por algunos como meros mitos. Por lo tantos irrelevantes como
historia. Ratzinger demuestra que lo que “Mateo y Lucas pretendían -cada uno a
su propia manera- no era tanto contar
‘historias’, como escribir historia, historia real, acontecida, historia
ciertamente interpretada y comprendida sobre la base de la Palabra de Dios”.
Con qué finura, sencillez y clarividencia va Joseph Ratzinger aclarando las
cosas con su sabiduría histórica, exegética y teológica. Sin olvidar el sentido
común... Y llega a un punto clave:
“El nacimiento virginal, ¿mito o realidad?”
Así Ratzinger-Benedicto
XVI se lo plantea: después de unas consideraciones bien fundamentadas, se
pregunta si es cierto lo que afirmamos en el Credo: “Creo en Jesucristo, su
único Hijo, nuestro Señor, que fue concebido por obra y gracia del Espíritu
Santo, nació de santa María Virgen”.
“La respuesta -dice- es un ‘sí’ sin reservas”. Y sigue un párrafo que
me parece de lo más importante del libro. Dice, coincidiendo con Karl Barth, que
“hay dos puntos en la historia de Jesús en los que la acción de Dios
interviene directamente en el mundo material: el parto de la Virgen y la
resurrección del sepulcro (…) Estos dos puntos son un escándalo para el
espíritu moderno. A Dios se le permite actuar en las ideas y los pensamientos,
en la esfera espiritual, pero no en la materia. Esto nos estorba…”
En España tuvimos la
ocasión de comprobarlo recientemente a través de un libro bienintencionado,
pero escrito con esta obsesión. La respuesta, otra vez, es bien clara y
rotunda:
“Si Dios no tiene poder también sobre la materia, entonces no es Dios.
Pero sí que tiene ese poder, y con la Concepción y la Resurrección de
Jesucristo ha inaugurado una nueva creación. Así como Creador, es también
nuestro Redentor. Por eso la concepción y el nacimiento de Jesús de la Virgen
María son un elemento fundamental de nuestra fe y un signo luminoso d
esperanza.”
La mula y el buey.

“Pero la meditación guiada por la fe (…) ha colmado muy pronto esta
laguna remitiéndose a Isaías 1, 3: ‘El buey conoce a su amo, y el asno el pesebre de su
dueño; Israel no me conoce, mi pueblo no comprende’.”
Y sigue una página
preciosa sobre el significado de la presencia de estos dos simpáticos animales
en la iconografía cristiana. Por eso termina esta “pequeña divagación”, como la
llama, animándonos a ponerlos en nuestros “belenes”: “ninguna representación
del nacimiento renunciará al buey y al asno”. ¡Claro que no! Y el Papa tampoco.
José María Salaverri
sm, noviembre 2012
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