Al morir Juan Pablo II muchos sesudos teólogos y sociólogos extendieron también el acta de defunción de las Jornadas Mundiales de la Juventud. Les parecía ‘cosas Juan Pablo II’.… Benedicto XVI, con toda sencillez, recogió el testigo. A su estilo. Colonia y Sydney fueron un éxito. Y no porque el Papa rebajara exigencias o se lo pusiera más fácil a los jóvenes. ¿Qué les atrae? ¿Su media sonrisa tímida y humilde? ¿Su mirada clara, inteligente y bondadosa? ¿Sus palabras sencillas y profundas? Evidentemente algo de eso hay…
Pero fue en la vigilia de oración en Cuatro Vientos cuando lo comprendí todo. Después de la lluvia y el viento emergió la maravillosa custodia toledana de Arfe. El Papa colocó la forma consagrada y se hizo impactante silencio de dos millones de bocas. Muchos cayeron de rodillas en el barro. Silencio impresionante, significativo, adorador… ¡Dios está aquí! Y lo comprendí todo. No admiraban la maraville de Arfe, sino la maravilla de Cristo hecho pan. Lo que unía a tanto joven feliz era Jesús escondido.
Y la inigualable custodia de Arfe se me convirtió en parábola. Alegría, entusiasmo, fe, catolicidad visible en gentes tan diversas, deseo de Dios, de verdad… Toda esa algarabía juvenil venía a ser como la cinceladura de la obra de arte de Arfe, pero el centro, lo que daba unidad y sentido a esa filigrana de oro y plata, era un sencillo pan consagrado. Con el increíble silencio de dos millones de jóvenes, ante esa presencia concreta y tangible de Jesús, todo tomaba sentido. También la presencia del Papa tenía sentido: ¡nada menos que la piedra visible de la unidad de la Iglesia!
Silencio adorador: ¡Venid adoradores adoremos! Un acierto indudable de estas JMJ ha sido hacernos caer en la cuenta de la necesidad de la adoración al Santísimo Sacramento. Sin sentido de la adoración la comunión se puede convertirse en una rutina, en un mero rito simbólico.
A principios del siglo XX, el problema era un excesivo ‘respeto’, un tanto supersticioso, a la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Y Pío X abrió las puertas de la comunión frecuente. Al inicio del siglo XXI el peligro es el contrario Hoy el peligro está en no darnos bastante cuenta de Quien e el que viene a nosotros en la comunión. Un remedio está en la Adoración. ¡Lástima que viento y lluvia dificultaran los puntos de adoración nocturna al Santísimo esparcidos por Cuatro Vientos! Por eso también muchos jóvenes no pudieron comulgar en la misa final Pero todos pudieron adorar. Y quien aprende a adorar al Santísimo, pronto sentirá hambre de eucaristía.
Entonces será fácil cumplir la primera consigna del Papa en su primer discurso en tierra española: “¡Que nada ni nadie os quiete la paz!. ¡No os avergoncéis del Señor!” Y nos da el gran motivo; “El no ha tenido reparo en hacerse como uno de nosotros”. Y ¡qué maravilla! sigue estando a nuestro alcance disfrazado de Pan. ¿Comprenderemos el valor de la adoración eucarística? ¡Cuántas perspectivas pastorales pueden abrirse desde ahí!
José María Salaverri sm, 27 agosto 2011
Creo que es preciso que la adoración, en todos sus aspecto resurja. Preparamos muy bien a la primera comunión. Pero desde que nace en una familia cristiana, o se inscribe un niño en infantil en un colegio, debería encontrarse como naturalmente en un clima de iniciación eucaríatica, de deseo amoroso de ese Jesús