El semanario católico francés “Familia cristiana”, en su nº del 24 de febrero, exhibía una portada provocativa: “¿Ha perdido la Iglesia a la juventud?” En su interior artículos muy interesantes señalan los esfuerzos del catolicismo francés para con los jóvenes. Van a ser el contingente extranjero más numeroso en las Jornadas de la Juventud de Madrid.
El 6 de mayo de este año, 34 jóvenes suizos juraban fidelidad al Papa al incorporarse a la famosa Guardia Suiza Pontificia. Una ceremonia que tiene lugar en el aniversario de los 146 guardias suizos que murieron defendiendo al Papa durante el saqueo de Roma en 1527. Benedicto XVI dio las gracias a los jóvenes que van a entregar varios años de su vida al servicio del Papa. Y aludió a otro ‘saqueo’ peligroso que amenaza hoy a los jóvenes: un saqueo espiritual. El de los ideales superficiales que se les ofrece y que empobrecen sus almas.
¿Pérdida o saqueo? Es cierto que en la Iglesia hemos tenido fallos en nuestra pastoral juvenil y no siempre hemos estado la altura. Pero el saqueo espiritual, que cuenta con medios poderosos, es inmenso. ¿Qué ofrece? Relativismo moral, imagen negativa del cristianismo, placer rápido, sexo ‘seguro’, píldora del día después, burla de la religión, campañas anticristianas y… un largo etcétera. ‘Facilidades’ sin esfuerzo que empobrecen a la persona.
El ofrecimiento cristiano es el gozo del encuentro con el Señor. Es la felicidad de amar y ser amado. Es la alegría de vivir en comunión con los demás en auténtica fraternidad. Es la armonía con la naturaleza, creación de Dios. Es la promesa de una vida sin fin en el Amor… Un esfuerzo que transfigura la persona. Es lo que proponen las Jornadas Mundiales de la Juventud, genial invento de Juan Pablo II.
“Esperanza de la Iglesia”
El 14 de enero de este año, el Papa Benedicto XVI aprobaba una serie de decretos presentados por la Congregación de los Santos. Entre ellos el milagro que ha permitido la beatificación de Juan Pablo II. Y el decreto de virtudes heroicas de un joven de dieciséis años y medio: Faustino Pérez-Manglano. Este último decreto, en su inicio, cita las palabras de san Juan en su primera carta: “Os escribo a vosotros jóvenes porque sois fuertes, y la palabra de Dios permanece en vosotros”. A continuación recuerda que el Vaticano II en uno de sus decretos (GEM 2) decía que “los jóvenes son la esperanza de la Iglesia”.
Faustino, el chico valenciano objeto del decreto, está llevando desde el cielo una ‘pastoral’ callada, pero eficaz. Más que milagros físicos llaman la atención los “milagros” morales que suscita: consuelo, ayuda a las vocaciones de consagrados, conversiones, y siempre deseo de mejorar la propia vida cristiana. Faustino es demostración práctica que la santidad no es sólo para personas excepcionales, sino para cualquiera. Faustino es el gran propagandista, sobre todo entre la gente joven, de algo que el Vaticano II nos recordó: que podemos y debemos aspirar a la santidad del 1 de noviembre.
“Una manera de vivir mi fe”
Estoy convencido que hay jóvenes –más de los que creemos- que tienen aspiraciones más elevadas de lo que se nos insinúa. No se exhiben, pero de vez en cuando nos asombran.
El 31de octubre del año pasado fallecía una joven de 25 años. Su nombre Héloïse Charruau, nacida en Burdeos. Había estudiado en el Colegio Marianista de esa ciudad. A raíz de la confirmación, se les ofrece formar parte de un “Equipo Faustino”. Un buen grupo se apunta. Y Héloïse se hace entusiasta de ese amigo del cielo. Es una chica deportista y llena de vida. Cuando faltaba poco para los exámenes finales de bachillerato se le declara la enfermedad de Hodgkin, la misma de la que murió Faustino. Con ella va a luchar durante siete años. Faustino no la va a curar, pero le va a ayudar a vivirla con entereza y dignidad. Ella nunca perderá ni las ganas de vivir, ni la esperanza, ni la alegría, ni el sentido del humor… Aprovechando periodos de mejoría estudia biología en la facultad de París VI, vive a fondo la amistad, se hace apóstol de la donación de sangre, se apunta como socorrista voluntaria de la Orden de Malta y como catequista en una parroquia de Paris “con adolescentes muy difíciles”, a los que presenta como modelo la figura de Faustino. Decía: “estas actividades son una manera de vivir mi fe”.
“Faustino. Mi bastón de peregrino…”
La conocí en verano 2003. Durante ocho días unos 200 miembros de Jóvenes de la Familia Marianista vinieron a Valencia “tras las huellas de Faustino”. Héloïse, ya enferma, quiso venir a pesar de todo. No acepta la hospitalidad de una casa amiga, y prefiere su saco de dormir en el duro suelo del gimnasio. Habla con la mamá de Faustino.
Es asidua visitante de la Virgen en Lourdes a donde le gusta llevar a sus amigas. Desde allí me escribe el 5 de agosto de 2006: “Faustino ha sido mi ‘bastón de peregrino’ para hacer crecer mi fe. Yo me siento tan cercana a él en sus sufrimientos, pero también lo siento cerca de mí cuando rezo”. A su primer sobrino de meses, de la que es madrina, le regala la biografía de Faustino, con una larga dedicatoria de la que extracto: “A través de este libro, te encontrarás con Faustino que ha guiado mi fe (…) A mis ojos, ha acertado la apuesta de la santidad. Todos tendríamos que intentar esta apuesta. Amar cada día un poco más a nuestro prójimo y a Dios”.
Faustino la guió, pero Héloïse no ha sido una ‘Faustino bis’. Faustino le despertó el ‘santo dormido’ que todos llevamos en nosotros. Cada ‘santo’ tiene su estilo y sus circunstancias. Pero ¡qué bien viene un amigo del cielo en nuestro caminar!
Esto y muchas cosas más me han animado a escribir una vida de Héloïse. La he titulado “Alegría y cruz. Héloïse (1985-2010)”. Así podrá, como Faustino, ayudar a otros muchos. Pero ¿encontraré quién la edite?
José María Salaverri sm, 13 de mayo de 2011